Economía Naranja, Industrias Culturales,
Ministerio de Cultura, Sayco, Idartes, entre muchos otros son términos e
instituciones que contrario a lo que profesan se han convertido en focos de
normalización de la corrupción, la deshonestidad y la pauperización de artistas
en Colombia, el nivel de monopolización de los espacios y de burocratización de
las prácticas artísticas es inédito en el mundo, jamás un país había
arrodillado y sometido tanto a su producción cultural ni siquiera en las
guerras mundiales cuando trataban de borrar la existencia de ciertas
corrientes.
El gran problema con esto, es que ya no se
siente que esto sea corrupción y precisamente eso era lo que se buscaba con
esta normalización, el que los corruptos no sientan que lo que están haciendo
esté mal y que la población general no perciba esto como algo que está mal por
lo tanto no es relevante para el país.
“Divide y vencerás”, así, con este
pensamiento tan sencillo, Colombia logró normalizar la corrupción, el nepotismo
y los favorecimientos en las artes para desfalcar el erario público destinado
para su apoyo y para desconfigurar por completo las prácticas artísticas, dando
paso a una precaria colección de personajes que son vendidos como mesías y que
han hecho un daño irreparable a las últimas generaciones en donde muchos
grandes creadores y pensadores han sido reducidos a casi nada, segregándolos,
apartándolos, vetándolos o ridiculizándolos, mientras los mediocres se
enriquecen y gozan de “fama y fortuna” conseguida a través de actos deshonestos.
Es una frase impensable, “artistas
corruptos”, el arte es la extensión de la creatividad y lo intangible de la
mente y el universo, es de lo poco que nos diferencia de otras especies, solo
los humanos practicamos el arte, sin embargo, como todo, logramos rebajarlo a
los niveles de la necesidad y pauperizarlo.
Según Juan Pablo Muñoz en su escrito “la
normalización de la corrupción”, se refiere a este fenómeno de la siguiente
manera:
En otras
palabras y diciéndolo de una vez, el análisis de por qué esta gente se roba lo
que es de todos a manos llenas no es una disposición metafísica, sino más bien
una cuestión de oportunidad, en el sentido de que lo va a hacer siempre que no
existan condiciones objetivas que se lo impidan. ¿Cuáles son esas condiciones?
Pues, tentativamente pueden señalarse dos: las que obliguen a toda la
administración pública a cumplir con el máximo de publicidad en todo lo que
hacen y las que les den la certeza de que, si son descubiertos en un acto de
corrupción, tendrán que asumir las responsabilidades administrativas, civiles y
políticas correspondientes.
https://ceppas.org.gt/la-normalizacion-de-la-corrupcion/
LA NORMALIZACIÓN DE LA CORRUPCIÓN
El problema entonces es que la corrupción
en las artes es bien vista y no es importante mientras que los artistas son los
únicos que se ven afectados respecto al tema, en este país todo el mundo roba
de las artes menos los artistas, ellos siguen creando y tratando de sobrevivir
mientras llevan a cabo sus prácticas, mendigando al estado, a la empresa privada
e incluso a la sociedad para que se dé cuenta de que el arte no es gratis y que
es una forma válida de vivir, una decisión con dignidad. Pero Colombia solo
valida a un artista cuando triunfa en el exterior o cuando su reconocimiento se
hace necesario para sublimar de alguna manera la bandera que colocan para robar
triunfos.
¿Por qué se volvió corrupto el arte en el
país? La respuesta es sencilla, porque se puede, porque acá no pasa nada. David
Arevalo en el escrito “Corrupción como proceso organizacional: comprendiendo la
lógica de la desnormalización de la corrupción” analiza lo siguiente:
Discutir la
enorme carga social y normativa que las definiciones clásicas de corrupción
tienen, importa entonces. Decir que la corrupción es un acto indebido requiere
definir «¿indebido para quién, para qué, en qué contexto?». Lo que una visión
basada en la idea de lo «indebido» implica entonces es que hay un parámetro
externo, claro, legítimo, que envuelve al individuo y al grupo marcando con
relativa claridad lo que convierte a un comportamiento como correcto o como
corrupto. Si bien esto suena razonable y sencillo de comprender, en la práctica
no lo es tanto.
Las razones
por las que un individuo realiza acciones deshonestas son múltiples y diversas.
La corrupción, en efecto, es un fenómeno social: un individuo decide ser
corrupto o realiza una acción deshonesta (veremos que hay una diferencia entre
ambas) siempre en un contexto donde sus reacciones sicológicas, sus
experiencias, sus valores y las interrelaciones sociales que vive y sufre
constantemente, forman parte de la ecuación (Rest, 1986).
Abordemos lo que han llamado como economía
naranja, una ideología creada para renovar los procesos en cómo los artistas
pueden ser parte del crecimiento económico del país y a su vez generar
“empresa” con el arte. El primer y craso error de esta llamada “economía
naranja” es pensar que las industrias culturales son las que se dedican a
procesos industriales o a brindar servicios para artistas dejando de lado
precisamente a los artistas, es decir, si hablamos de literatura, la economía
naranja no se centra en el creador, en el escritor, se centra en la imprenta,
las apps para escritores, etc. Pero el creador es abandonado, igual en la
música, la industria cultural de la música se centra en buscar mecanismos para
recuperar la gloria de las disqueras y hacer dinero nuevamente con tecnología,
pero deja al creador, al músico, desamparado. Esto no sería problema en un país
en donde el arte juegue un papel importante en la sociedad, en donde los
creadores puedan sobrevivir de su práctica, pero Colombia no lo es, pocas
expresiones artísticas son comerciales y no se ha entendido la diferencia entre
arte y espectáculo, en este país el imaginario colectivo está convencido que el
arte es el espectáculo y las secciones finales de los noticieros, otro de los
errores que han enterrado el sector en Colombia.
Pero no todos son ciegos a la situación,
algunos pocos valientes se han dedicado a denunciar la corrupción, los saqueos
al erario, los contratos amañados y los cientos de formas en que desfalcan el
erario en Colombia, pero estas personas son desechadas, burladas, avergonzadas,
anteriormente en Colombia la forma de silenciar a la gente era asesinándola,
hoy en día gracias al exceso de información y a la falta de análisis la muerte
se da de manera mediática, con el desprestigio o sencillamente apartándola,
cortándola de todo proceso el cual denuncia.
En el escrito “Los riesgos de normalizar
la corrupción” de El Diario en España escrito por Luis Camnitzer, dice lo
siguiente:
Y mientras,
las personas que denuncian la corrupción en todas sus formas, las anónimas que
no se resignan a normalizar el abuso y el saqueo son perseguidas, despedidas,
amenazadas, humilladas, marginadas y abandonadas, sufriendo los efectos de las
represalias al estilo de las organizaciones criminales más tenebrosas. Frente
al sistema corrupto y las tramas de interés es obligada la unidad de acción. No
cabe otra opción que denunciar cada irregularidad y trabajar juntos y juntas
por acabar con la impunidad para que cada euro se destine al servicio público
que corresponde.
Y continúa de la siguiente manera:
De alguna
manera el arte tiene siempre una relación con el poder, porque representa el
elemento disruptivo ante los discursos de poder que normalmente tienden a ser
absolutistas, como si no existiera ninguna otra verdad, como lo es el actual
orden económico y social capitalista que nos hace creer que es la única
organización social justa y democrática posible y deseable para el ser humano.
Entonces concluimos que el arte ha sido
utilizado en el país como un instrumento político y de propaganda que ha
beneficiado a muchas personas menos a los propios artistas.
Normalizaciones como las de la empresa
privada SAYCO, en donde se ha comprobado durante décadas ser un foco
impresionante de corrupción, intervenida varias veces por el gobierno, que
también es corrupto, deja mucho que desear.
Otras normalizaciones como las de la
corrupción en el Festival Rock al Parque en donde se ha aceptado públicamente
que existe un selecto grupo de beneficiarios para sus dineros han destruido el
rock en Colombia, sumado al discurso político en el cual lo local se convierte
en lo único válido dejando de lado lo universal, contribuyen a la destrucción
de la identidad del género en Colombia.
Un claro ejemplo de cómo estos mal
llamados “emprendimientos” que se inventan a diestra y siniestra son nocivos, es
el muro burocrático para realizar un evento público en el país, es un proceso
tedioso, complicado, inservible y anticuado que solo sirve para hacer una fila
de sobornos interminables a los que nombran con eufemismos y partir el pastel
de las ganancias incluso antes de que estas se den, obedeciendo únicamente a la
naturaleza pícara y mafiosa del colombiano, realizar un espectáculo en Colombia
es una tortura que solo están dispuestos a soportar los que saben que se harán
ricos con espectáculos mediocres que es lo que se consume hoy en día. En
Colombia el público puede llegar a pagar millones por ver un artista
internacional pero jamás ha descargado una canción pagándola o se fastidia al
tener que pagar cinco mil pesos para entrar a una velada local.
Todo lo que sucede respecto al tema
solamente contribuye a desconfigurar las prácticas artísticas obedeciendo única
y exclusivamente a factores contra los que precisamente siempre han estado en
contra los artistas tales como el estatismo paternalista y la monopolización
del conocimiento y las oportunidades.
Una forma de cerrar este artículo viene
del escrito “Arte y corrupción: si hubiera más arte habría menos corrupción” de
Silvana NuovoIn:
En una sociedad
organizada en torno a la oferta y la demanda, en donde cualquier objeto u
experiencia susceptibles de generar deseo es convertido en mercancía, al artista
no le queda otra salida que la honestidad consigo mismo. No se trata de ser
insensible a los aplausos, no se trata de no vender, no se trata tampoco de no
tratar de vivir del arte, se trata quizás de recobrar constantemente esa pureza
inicial, como la del niño que se entrega al juego antes de conocer los aplausos
y las risas. Tratar de no ceder al estereotipo seductor de la propia obra, al
arquetipo del artista, o al menos no creer en el personaje, saber que es sólo
una puesta en escena. Guardar la libertad de no tener que responder a ninguna
imagen, sólo a un camino personal.