Hay que agradecerle al Dios de la música que el Metal y el Punk son géneros muy bien definidos, porque de lo contrario Colombia ya les hubiera metido una ruana o un acordeón. El problema con la gente que no ha estudiado la música es que creen que todo lo que se conecta a un amplificador es rock y en ese sentido es donde Colombia fracasó al crear una escena fuerte e internacional que representara el género.
Y es una lástima, porque en el país existe talento de sobra para poder
haber competido internacionalmente, para poder haber tenido bandas que
se pararan al lado de las leyendas sin tener que hacer el ridículo en un
tributo como sucede actualmente o caricaturizando sus actuaciones, el
rock colombiano no solo es mediocre, sino que la mayoría de sus agentes
son corruptos. Por eso fracasó.
Desde el mismo inicio del rock
en el país este fue perseguido, en los setenta, los rockeros fueron
tildados de marihuaneros, de satánicos, coca-colos, en los 80´s
ninguneado y opacado por una ola de pop mediocre al que se le llamó
“rock en español” que inundó las estaciones de radio y mientras en el
mundo sucedía Metallica, Slayer, Megadeth o Def Leppard en Colombia
sucedía Toreros Muertos, Miguel Mateos y Los Prisioneros.
Después
llegaron los noventa en donde el rock fue visto como “una pataleta” de
los niños de la época, relegado a un segundo plano en los medios después
de Marcelo Cezan y en donde la disquera de las 1280 almas soltó por
error la canción el platanal porque algún idiota pensó que decía “goza
en el platanal” y ahí tuvimos la denuncia de las masacres en las
bananeras flotando en el aire sin que absolutamente nadie la entendiera.
Esas voces de los noventa se apagaron consumidas en el olvido de una
sociedad facilista y llena de miedo que rebajó su discurso al que nos
trajo Richard Blair al convencer a las “estrellas” de que nuestro rock
tenía que ser pintado de amarillo, azul y rojo y que el rockero y actor
Carlos Vives era nuestra bandera por haber modernizado el vallenato
gracias al azar del destino al haber protagonizado Escalona y lo
bautizaron como “el rock de mi tierra”.
Y es que acá bajan bobos
con espejo de las montañas, la gente entonces comenzó a tragarse entero
ese discurso de los partidos políticos y las mentes sofisticadas que
comenzaron a manejar términos académicos sin dominarlos como
“decolonización” o “identidad patria”, consiguiendo lavar el cerebro de
la población escasamente educada del país y convenciéndola de que el
rock es hacer un cover de The Rolling Stones con Guacharaca o zamparle a
la fuerza un tornamesa a Los Gaiteros de San Jacinto, haciendo gala del
estatismo paternalista sobre los rockeros mendigos de esta tierra que
aceptaron la premisa “nosotros les hacemos festivales y les damos una
plática, pero también les decimos que es el rock” y así comenzamos a ver
ese desfile de ritmos folclóricos y rockstars arrodillados al gobierno,
Colombia, el único país en el planeta tierra que doblegó al rock y lo
convirtió de ser una expresión contracultural y rebelde a una larga fila
de espera para recibir arrastrados una “ayudita” del estado. Patético.
En
ese preciso momento es donde la colombianada salió a relucir y un poco
de avivatos y ladrones se autonombraron gestores, managers, curadores y
periodistas y comenzaron a “dar oportunidades” financiadas por dineros
del estado que se roban en su mayoría y segregando, apartando y vetando a
quienes se atrevieron a ponérseles en frente y hacerles ver su
deshonestidad y su equivocación en frente de lo que en el planeta entero
menos en esta tierra árida de inteligencia se llama Rock. Y así se
construyó esa escena mediocre, nepotista y ladrona que hoy en día llaman
Rock Colombiano, en donde seis nombres de bandas maltrechas y otros más
que se hacen llamar “gestores” se pavonean en cuanto festival y en
cuanto evento, cobrando por destruir cada día más y más lo que alguna
vez pudo haber sido “el rock colombiano”, ese mismo que en las disqueras
como Sony Music deconstruyeron diciendo “no canten en Ingles porque
usted es Chibcha, Bon Jovi sí tiene el derecho pero usted no por indio”,
ese mismo que creyó que amplificar “soy colombiano” en Rock al Parque
era genial, ese mismo que enterró absolutamente todo el talento
colombiano para rebajarlo al nivel de un almuerzo mal cocinado y una
sopa de egos inventados que no tienen la capacidad de sentarse de frente
a frente a sus detractores a argumentar su ignorancia sino que se
esconden a hablar a espaldas de los demás mientras roban y roban y
nunca, jamás, darán la cara, porque así es Colombia, mediocre y cobarde.
Del público ni vale la pena hablar, enseñado a la gratuidad con lo local, pagan boletos a 60 meses para ir a ver a Coldplay y a Foo Figthers pero no van a los conciertos del circuito porque valen $5.000 y les da pánico entrar a un bar de rock.
Por eso es que mientras géneros como el Metal, el Punk e incluso el Blues colombiano se han consolidado y han adquirido una identidad propia, han ido abriendo espacios muy underground y forjando públicos fieles que aun llenan pequeños escenarios independientes, ese género que muchos amamos y que los que lo han estudiado conocen como “rock” quedó al nivel de un mal chiste en este lote violento y tropical.
Siempre estará el debate abierto de manera pública por si algún día estos “agentes” deciden aceptar la invitación.
Felipe Szarruk, músico, comunicador social, Magister en Estudiós Artísticos. Creador de Subterránica y periodista de cultura en Hispanic Digital Network.
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